sábado, 27 de noviembre de 2010

Sueño 16-10

Todo comenzó con la onda de que estaba poniendo un examen en un téibol. Esperaba paciente y pisteando en la pista. Mis alumnos hacían el examen a mi derecha sentados en sillones. No había ruido -música- ni espectáculo. Parecía como si apenas fueran a abrir o anduvieran cerrando. Conforme iban terminando apilaba los exámenes no sin antes doblarlos -como siempre-. Antes de doblarlos los veía primero para ver si habían contestado algo. Rompí tres exámenes que me dejaron en blanco porque no quería que me quitaran el tiempo. Los que aún estaban contestándolo se asustaron porque los rompí encabronado.

Inmediatamente después de romperlos me di cuenta que enfrente -del otro lado de la pista- estaban sentadas las bailarinas. Ellas también estaban sentadas en sillones. Daban la impresión de que estaban por irse pero algo esperaban. Cuando terminó el último me sentí obligado a ir a despedirme. Una de ellas me dijo que no me enojara. Todas me saludaron menos una. Ahí junto con ellas estaban dos plomeros que porque andaban arreglando una fuga.

Me salí con la idea de subirme a un camión pero antes llegué a una librería. Me recibieron con la sorpresa de que por fin me habían conseguido el libro de la historia universal de los recuerdos inventados. Lo hojeaba emocionado. Era tanta mi emoción que no me importó que me dijeran que se habían desprendido unas hojas de la parte final. Las hojas estaban en blanco. Me imaginé que el libro te daba la oportunidad de escribir tus propios recuerdos inventados.

Intenté volver a poner las hojas donde debían ir pero no pude. Según el de la librería esas eran las últimas hojas pero conforme intentaba acercarme al final parecía que le salían más hojas. ¡Era finito pero al mismo tiempo el libro no tenía fin!

Finalmente me subí al camión después de comprar varios libro. Iba por Revolución con rumbo a Constitución. También iba en el mismo camión uno de los plomeros que vi en el téibol. Al llegar a la altura de José Alvarado vi que salía un chorro de agua bastante fuerte, además estaba inundado el puente (¿se llama puente?). Lo curioso es que luego ya no iba en camión sino que iba manejando. Inevitablemente entré al agua porque no pude frenar a tiempo. Se veía que el nivel del agua iba a subir todavía más. El agua era cristalina -quiero decir que no venía con lodo-. Lo único que alcancé a oir del plomero que seguía conmigo era que la fuga era más grande de lo que se imaginaba.

Intenté echar la reversa mientras pensaba que se me iba a hacer tarde para llegar a otro téibol.

1 comentario:

Ayax dijo...

No lo puse ahí pero tenía que ver con un par de libros de Enrique Vila-Matas. Uno se llama Historia abreviada de la literatura portátil y el otro Recuerdos Inventados. Cuando vi el libro de la historia universal de los recuerdos inventados me alegró mucho que fuera un libro que cumplía las características de la literatura portátil. Aparte el libro se iba inventando sus propios recuerdos al irlo hojeando (me imagino que por eso no tenía fin)