martes, 31 de agosto de 2010

Orgullo

Mientras esperaba a que anunciaran la hora en que podíamos abordar el avión de regreso a Monterrey, me puse a leer un libro de cuentos que se llama El agujero en la pared del escritor brasileño Rubem Fonseca. Leí un cuento muy corto que se llama Orgullo. Me llamó la atención el inicio: "En varias ocasiones oyó decir que por la mente del individuo que se está muriendo ahogado desfilan en vertiginosa rapidez los principales acontecimientos de su vida y siempre había encontrado absurda esa afirmación, hasta que un día sucedió que se estaba muriendo..." Esto le sucedía porque le pusieron una inyección y le causó alergia. El problema es que el doctor no encontraba el medicamento para contrarrestar el efecto. Entonces el doctor en su desesperación le quitaba los zapatos y él al levantar la cabeza vio un agujero en el calcetín derecho (el correspondiente al dedo gordo). Para esto ese señor ya estaba resignado a morir pero al ver el calcetín " pensó voy a quedarme aquí muerto con un agujero en el calcetín, no va a ser ésa la imagen final que voy a dejarle al mundo..." ¡Y pudo volver a respirar nada más por no morirse así!

Confieso que solté una carcajada cuando leí esa parte. Me resultó muy afortunado haberme encontrado con un cuento con un final como ése porque casi al mismo tiempo empezó a berrear un niño que no quería que se fuera su tía... ¡¡y su tía querida ni se despidió de él!! Me imagino que sino fuera por el cuento no me habría parecido divertido el niño llorándole a una tía que ni adiós le dijo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Los aeropuertos de veras me deprimen, ahora. ¿Dónde andabas?

Ayax dijo...

En Mazatlán.

Saludos!

Anónimo dijo...

Qué envidia!

Juan T. Llamas dijo...

Cuando uno se está ahogando en el agua, sea en el mar (en el cual nunca me he metido, a Dios gracias), en un río o en una alberca, no se piensa en nada.

Es el mismo caso que sufre el desdichado al que se le atraganta un pedazo de alimento.

El que no ha sufrido cualquiera de esos incidentes se ríe y se "carcajia".

Ahora bien, tratándose de los calcetines rotos son las "buenas costumbres" las que rigen.

Posdata: ¿Nunca te platiqué que solamente una vez (no la de Agustín Lara) en mi vida palpé a un caballo por el cuello?
¿Jamás te he dicho que mis dedos no han sentido el metal de una motocicleta?
¡Zacatito pa´l conejo¡

Tanto el cuaco como la nave veloz adelantan casi siempre la muerte (para los raros que mueren jóvenes).

¡Chiches de gallina¡, diría papá.

Ayax dijo...

Opino lo mismo. Creo que no alcanzas en pensar nada cuando te está pasando.

Saludos!