sábado, 5 de noviembre de 2011

Desde la esquina Nor-noroeste

Noté algo diferente en mi salón y así, sin querer, me acordé de Bustos Domecq, personaje inventado por Borges y Bioy Casares. Realmente, no atiné a descubrir alguna novedad excepto por la silla que movió una alumna en la mañana (puso ahí su chamarra, sus lentes y no sé qué más). El caso es que en su libro de crónicas Bustos Domecq entrevista al autor de un texto llamado Nor-noroeste. Este señor escribió en seis tomos todo lo que veía desde la esquina Nor-noroeste de su escritorio y, la relación conmigo es por supuesto, que desde mi esquina del salón pretendía encontrar alguna diferencia... La verdad es que no había nada raro, creo, pero me lo pareció al principio. Tal vez la única diferencia es que me sentía mejor que en la mañana.

Sin embargo, conforme fue avanzando el rato me llegó un recuerdo inesperado sobre la clase del jueves (en ese mismo salón). Sucedió que vi a una alumna salir (de clase) cantando, lo cual me alegro mucho, porque tenía rato de no verla así de contentota (o bueno eso parecía). Entonces recordé otra crónica, del mismo libro, que se llama “Lo falta no daña”. Ahí, Bustos Domecq, se refería a un tipo llamado Tulio Herrera quién se proponía abreviar algunas cosas en sus textos. Tenía varias obras entre las que destacaba un poemario llamado “Madrugar temprano” (se trataba del conocido refrán que dice “No por mucho madrugar amanece más temprano”). También tenía una novela cuyo nombre era “Hágase hizo”. El título viene de la famosa frase “Hágase la luz y la luz se hizo” (es más elegante usar las ecuaciones de Maxwell para dicho fin, ¿no?). La trama de los cuatro volúmenes de “Hágase hizo” está medio mensa pero divertida. Dejaré al (posible) lector interesado que busque la historia por su cuenta.

En “Lo que falta no daña” también se cuenta la anécdota en la que se demuestra la filosofía de T. Herrera. Narra el autor que en una ocasión el poeta se encontró a una baronesa y le soltó así de golpe:

—“Señora ¡cuánto tiempo que no la oigo ladrar!”.

Se trataba de un ejemplo de la doctrina del autor pues había ido directo al mensaje resaltando la obviedad (¿te cae?) que la señora iba acompañada por un perro. Bustos Domecq se refirió a esto último en su crónica así: “pasamos, ¡oh milagro de concisión! de la baronesa al ladrido”.
Por lo anterior, me puse a pensar cómo podría decirle de forma compacta a ella que me dio gusto haberla oído cantar. Algo que se me ocurrió, pero que descarté de inmediato, fue:

—“(Insertar el nombre de la alumna aquí) ¡cuánto tiempo de no verte reprobar!”

Así pasaría del gusto por haberla oído cantar al hecho que no le fue bien en su examen rápido, pero no me pareció buena idea…

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