martes, 16 de agosto de 2011

Balas de plata

Acabo de terminar la novela Balas de plata de Élmer Mendoza. No pude evitar recordar la anécdota de cuando en el embudo ponía, nada más por fastidiar, en la radiola a Priscila y sus balas de plata. Me deja una sensación por rara ver otra vez, aunque sea en mi memoria, la cubeta de cerveza con el fondo musical de sobreviviré. Soledad. Recuerdo soledad y un olor que no puedo describir. Tal vez era humedad, sudor y a una que otra guácara. Por esa época no solía percibir olores pues siempre traía tapada la nariz. Respiraba poco y mal.

El caso es que acabé la novela. Llegó al descenlace justo cuando todo se ponía emocionante. A lo mejor esa es la virtud o lo bueno: finalizó en el mejor momento de la historia. De repente me costó trabajo identificar quién hablaba (me refiero a los personajes). Me costó trabajo al inició. No sé, si así es por la historia misma o por mi estado de salud de la semana pasada.

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