lunes, 12 de septiembre de 2011

... IV

Estuve esperando durante un rato a mi amiga A. Conforme fue pasando el tiempo pensé que ya no iba a llegar. No habíamos quedado de vernos tampoco. No había motivo por el cual estar fastidiado o molesto. Imaginé que podría tener problemas en su casa o que se le había hecho tarde y ya no quiso salir -por la hora-. Incluso pensé en llamarle e ir por ella. Pero luego concluí que no venía al caso llamándole de última hora. No le llamé porque tuve la sensación que eso ya lo había vivido con otra chava antes y el final no fue divertido. Una no tiene que ver con la otra pero preferí quedarme con la compañía de la cerveza, de los meseros y de los amigos de A. que de vez en cuando llegaban a saludar y a preguntar por ella; que llamarle por teléfono para preguntarle si todo estaba bien.

Me entretuve imaginando como podría "dominar" un balón siguiendo el ritmo de la canción que tocaba el grupo (o que pasaban en video). Me aburrí por primera vez. No me sentí cómodo. Estuve pisteando tímidamente porque me daba miedo que se me pusiera peor la garganta pero no pude evitar pedir una cerveza en lugar de pedir agua. Sin querer cada vez que abrían la puerta volteaba a ver si se era ella. Finalmente llegó después de un largo rato y lo que sucedió luego es lo más extraño de todo: llegó y me puse más serio... deveras.

El volumen de la música estaba muy alto y apenas la vi me sentí muy cansado. Fue como sí me hubiera dado permiso de sentirme agotado hasta verla. De pronto sentí todo el cansancio acumulado de la semana, y por supuesto, no fue el momento tan alegre como pudiera haberlo sido.

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